El zoo que mató a una jirafa sana sacrifica a cuatro leones

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En zoo de Copenhagen es un lugar idílico. De respetar la vida de los animales no saben ni papa, pero eso es una minucia sin importancia al lado de todo lo que consiguen: un zoo con inquilinos bien seleccionados, de linaje perfecto, que da gusto visitar por lo limpio y aseado.

No dejan de limpiar y de cumplir con las normas a rajatabla. Sus últimas limpiezas, por ejemplo, incluyeron a una jirafa y a cuatro leones. La jirafa se llamaba Marius, tenía dos años y estaba perfectamente sana, pero hace un par de meses tuvieron que enviarla al cielo porque sus genes no interesaban.

Al final, excepto por unas inesperadas protestas de millones de personas, todo salió según lo previsto, y hasta se ahorró en comida, porque los leones pudieron comprobar lo tierno que estaba Marius. Un espectáculo único del que pudieron disfrutar los visitantes, ideal para hincharse a hacer fotos y explicar a los niños quién era Marius.

Sin un gramo de empatía, el zoo explicó amablemente que era necesario impedir a Marius llegar a la edad adulta porque, en virtud de las reglas de la Asociación Europea de Zoos y de Acuarios (EAZA), hay que evitar la consanguinidad entre jirafas.

La ley de la selva

¿Podrían haber mantenido a Marius en otra jaula, haber impedido su nacimiento, esterilizado, regalado a otros zoos interesados? Por supuesto, no, ellos son todo un ejemplo de gestión: el zoo no dedica ni un céntimo, ni un minuto de su tiempo, a lo que no conviene. ¿Además, para qué querrían en otros zoos a una jirafa con este tipo de tara?. ¿Pero es que no entendían que era potencialmente endogámica o quizás la querían para alimentar a sus leones?

Ellos siempre actúan con firmeza. No se dejan influir por la ola de protestas que pedía salvar a Marius. No les tiembla el pulso, como debe ser. De hecho, son unos fieras imitando la ley de la selva. Es muy sencillo: el más fuerte gana, mientras los débiles o menos aptos para la vida o sin el linaje adecuado, pasan a mejor vida. Así de fácil y efectivo.


Esta manera de llevar el negocio, tan a tono con la vida salvaje, hace que el zoo de Copenhagen enseñe unos importantes valores. En primer lugar, nos ayuda a entender que a los animales salvajes hay que encerrarlos, porque son muy peligrosos. Sólo el dominio humano consigue mantenerlos a raya y, cuando molestan por cualquier motivo, hay que sacrificarlos (no matarlos, pobrecitos, sino aplicarles una inyección letal). Al fin y al cabo, no hay tanta diferencia entre una granja y un zoo, y ellos tampoco tienen intención de disimularlo.

“Un motivo de orgullo”

Esta misma semana han vuelto a demostrar su gran manera de hacer las cosas. No, no se han disfrazado de cazadores furtivos, no ha sido necesario. Se han ahorrado los fusiles, la nocturnidad y la alevosía. Todo ha sido muy fácil, totalmente legal y sin riesgos. Ha bastado con esas inyecciones mágicas para vaciar las jaulas, atestadas de leones inservibles.

Había que hacerlo así. Los cuatro leones ocupaban demasiado espacio, tragaban de lo lindo y no podían apañárselas solos bien por los achaques de la vejez o por ser unos desvalidos cachorros que, además, hubiera acabado matando el león que estaba por llegar.

De nuevo, se cumplirá el ansiado objetivo de conseguir un relevo generacional diseñado a la carta con la compra de dos leonas retozonas y de un león macho, perfecto para la monta. ¿No es una buena noticia? El zoo se las promete felices. No caben en sí de gozo. Si todo sale bien, los recién llegados serán el inicio de una gloriosa etapa leonina para el zoo, “un gran motivo de orgullo”.

Aunque no se dejan aconsejar demasiado, por último, me permito hacerles una humilde sugerencia. Con la carne de los leones, las autoridades del zoológico podrían hacerse una buena barbacoa. Dicen que las hamburguesas de león son muy sabrosas, una auténtica delicatessen. Lo que ya no me atrevo a decir es, luego, quién debería merendárselos a ellos…

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