Fido, el perro que esperó durante años a su dueño, fallecido durante la Segunda Guerra Mundial
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La típica y manida frase “el perro es el animal más fiel”
se convierte en una verdad como un templo en la siguiente historia.
Ocurrió en un pueblo italiano, entre finales de la década de los treinta
y los cincuenta del siglo pasado. Es la historia de Luigi y Fido, un
joven y su perro mil leches o mestizo. Fido acompañaba a coger el tren a
su amo cada mañana, en un paseo de dos kilómetros.
Cada tarde, Luigi, que trabajaba en una carpintería, regresaba a la misma hora, a las 5,30. Y cada tarde, allí estaba Fido esperándole para recorrer juntos el camino de vuelta a casa. Por aquella época comenzó la Segunda Guerra Mundial y Luigi fue llamado a filas, como cualquier joven sano.
Luigi fue mandado al frente ruso. Mientras, Fido, su fiel compañero, le esperaba todos los días a la misma hora en la estación de tren, con la esperanza de que algún día volviera. A las 5:30, nevara, lloviera o hiciera un calor de espanto, allí estaba Fido, esperando a Luigi.
Día tras día, cuando oía el sonido de la locomotora, la esperanza renacía y esperaba que, por fin, ese día su amo apareciera. Tenso, ilusionado, miraba cómo bajaban los viajeros del tren. Pero Luigi no aparecía. Fido volvía solo a casa de los padres Luigi, que tampoco perdían la esperanza de que su hijo regresara.
Lo que no sabía Fido es que Luigi había muerto en el frente, como tantos otros millones de personas. Fido nunca perdió la esperanza. Los años pasaban y el fiel perro envejecía. En los años cincuenta, ya no se desplazaba con tanta agilidad. Pero seguía yendo puntual a su cita diaria con el tren. El recorrido que hacía, cuando era joven, en apenas quince minutos, ahora le costaba dos horas. Un día de invierno, su noble corazón no aguantó más esfuerzos y Fido murió sin volver a ver a su amo.
Al día siguiente, encontraron su cuerpo congelado, cubierto de nieve. Un perro fiel y lleno de amor. En el pueblo donde vivió, Borgo San Lorenzo, una estatua conmemora su bella y triste historia.
Cada tarde, Luigi, que trabajaba en una carpintería, regresaba a la misma hora, a las 5,30. Y cada tarde, allí estaba Fido esperándole para recorrer juntos el camino de vuelta a casa. Por aquella época comenzó la Segunda Guerra Mundial y Luigi fue llamado a filas, como cualquier joven sano.
Luigi fue mandado al frente ruso. Mientras, Fido, su fiel compañero, le esperaba todos los días a la misma hora en la estación de tren, con la esperanza de que algún día volviera. A las 5:30, nevara, lloviera o hiciera un calor de espanto, allí estaba Fido, esperando a Luigi.
Día tras día, cuando oía el sonido de la locomotora, la esperanza renacía y esperaba que, por fin, ese día su amo apareciera. Tenso, ilusionado, miraba cómo bajaban los viajeros del tren. Pero Luigi no aparecía. Fido volvía solo a casa de los padres Luigi, que tampoco perdían la esperanza de que su hijo regresara.
Murió de camino a la estación
Lo que no sabía Fido es que Luigi había muerto en el frente, como tantos otros millones de personas. Fido nunca perdió la esperanza. Los años pasaban y el fiel perro envejecía. En los años cincuenta, ya no se desplazaba con tanta agilidad. Pero seguía yendo puntual a su cita diaria con el tren. El recorrido que hacía, cuando era joven, en apenas quince minutos, ahora le costaba dos horas. Un día de invierno, su noble corazón no aguantó más esfuerzos y Fido murió sin volver a ver a su amo.
Al día siguiente, encontraron su cuerpo congelado, cubierto de nieve. Un perro fiel y lleno de amor. En el pueblo donde vivió, Borgo San Lorenzo, una estatua conmemora su bella y triste historia.
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