Las golondrinas están extinguiéndose en España

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La golondrina común o andorina (Hirundo rustica) está pasando por un mal momento que ya dura diez largos años. Tanto es así que pronto podría dejar de colgar sus nidos en nuestros balcones, contradiciendo aquella famosa estrofa de uno los más conocidos poemas de Gustavo Adolfo Becquer.

El tema del poema, sin embargo, está más de moda que nunca, pues ahonda en el paso del tiempo

enumerando las cosas desaparecidas. Justamente, es lo que está ocurriéndole a esta ave en declive. Según la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), en España podría incluirse entre las especies “vulnerables” ya que existe una “clara probabilidad de extinción de al menos el 10 por ciento en los próximos 100 años”, advierte el coordinador del área de estudio y seguimiento de la sociedad conservacionista SEO/BirdLife, Juan Carlos del Moral.

Caída en picado

SEO/Birdlife señala que hace apenas una década había cerca de 30 millones de ejemplares en España, y desde entonces la población ha menguado a razón de un millón cada año, hasta los cerca de 20 millones actuales. Como en el poema de Becquer, esta ave protegida por normas europeas nacionales y autonómicas tiene añoranza de las madreselvas y el rocío. No en vano, sus amenazas son el despoblamiento rural, el uso intensivo de químicos que disminuyen su capacidad reproductiva, así como de insecticidas, pues los insectos son su fuente principal de alimento.


El poema parece hablar de esperanza cuando se menciona su retorno y la añoranza que despiertan. Todavía hay posibilidad de evitar la extinción, aunque las cifras no pintan bien, pues el programa de Seguimiento de Aves Comunes en primavera (SACRE) concluyó que hay un descenso de la población superior al 30 por ciento entre 1998 y 2013.

Para ayudarlas, los representantes de SEO/BirdLife han reclamado la colaboración de los ciudadanos. Entre otras medidas, proponen colocar nidos, conservar los existentes y denunciar su destrucción a través de la página web de SEO/Birdlife. Como bien sabía el poeta, estas aves son fieles a sus territorios de reproducción y cada año vuelven al mismo lugar. Aunque no sean las que aprendieron nuestros nombres, al menos otras los ocuparán y, si las miramos con amor, “otra vez con el ala a sus cristales, jugando llamarán”.

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